martes, 31 de julio de 2012

LA REDUCCIÓN DE MUNICIPIOS: UN PASO MÁS EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA MEGAMÁQUINA

José Manuel Pérez Rivera, miembro del 15m ceutí

Aprovechando la crisis económica que asola a los países periféricos de la UE, los gerifaltes comunitarios quieren dar un paso gigantesco en la reconstrucción de la megamáquina. Para conseguirlo, se han marcado como objetivo prioritario la reducción de los municipios en estos países, tarea que han iniciado con gran celeridad los gobiernos de Portugal, Grecia e Italia. Ahora le ha llegado el turno a España, donde dicen que tenemos una estructura demasiado atomizada e ineficiente, con 8.116 ayuntamientos, de los cuales cerca del 80 % cuentan con menos de 5.000 habitantes. La idea de reducir el número de municipios en nuestro país cuenta con importantes apoyos entre el mundo empresarial y financiero, así como en algunos partidos políticos, como es el caso de UPyD. Esta agrupación  ha hecho de la centralización del poder político uno de los ejes de su discurso, atacando sin descanso la transferencia de competencias hacia las comunidades autónomas. Un mensaje que ha calado entre un amplio sector de la sociedad española, cansada de tanto despilfarro y absurda ostentación de poder por parte de los gobiernos autonómicos.  
            El Presidente del Gobierno español, el Sr. Rajoy, explicó en su intervención en el Congreso de los Diputados,  para explicar los nuevos recortes impuestos por UE, que su  gobierno se había marcado como “objetivo esencial la racionalización y sostenibilidad de la Administración Local”. Para conseguirlo anunció que  “delimitarán las competencias de cada Administración, se soluciona el problema de las competencias impropias para que los ayuntamientos no puedan prestar servicios para los que no se cuenta con la financiación necesaria y se refuerza el papel de las Diputaciones Provinciales con el fin de centralizar la prestación de servicios”.  Hemos querido resaltar la palabra “centralizar”, ya que este es el concepto clave en este proceso de reducción de municipios y el que sirve de enlace con la idea de la megamáquina desarrollada por Lewis Mumford. Una megamáquina cuyo principal objetivo es la centralización absoluta del poder.
Según explica con detalle Mumford en los dos volúmenes del “Mito de Máquina” (editados por Pepitas de Calabaza), el desarrollo de la humanidad se ha visto condicionado por el surgimiento de lo que denominó la megamáquina, “una máquina arquetípica, compuesta de partes humanas”, dirigida por un dirigente supremo que disponía de una “burocracia rígidamente organizada compuesta de un grupo de hombres capaces de transmitir y ejecutar una orden con la minuciosidad ritualista de un sacerdote y la irracionalidad obediente de un soldado”. La primera megamáquina de la historia fue el Egipto faraónico. Su declive también arrastró  a la megamáquina que no llegó nunca a disolverse del todo, aunque sus componentes se separaron.
Para Mumford, la reconstrucción de la vieja máquina invisible tuvo lugar en tres etapas principales, a intervalos prolongados. La primera etapa estuvo marcada por la Revolución Francesa que si bien acabó con la monarquía dio lugar a un poder abstracto aún más poderoso: El Estado-nación. Una segunda etapa se abrió en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Y finalmente, entre 1940 y 1961, emerge la megamáquina modernizada, “dueña de unos poderes de destrucción totales”. Una máquina de componentes humanos que tiene como principales funciones el incremento  de la velocidad, la producción en masa, la automación, la comunicación instantánea y el control remoto.
Precisamente, este control remoto que se propone la megamáquina se consigue a través de la centralización del pentágono del poder (poder o energía, propiedad, productividad, publicidad y prestigio). Alcanzado el poder, la megamáquina, en su forma de Estado omnipotente y omnipresente, dedica todo sus esfuerzos, según Mumford, “a acosar, suprimir o destruir a las instituciones rivales” (ayuntamientos, sindicatos, minorías étnicas, movimientos sociales discrepantes, etc…), ya que la megamáquina “es un elefante que le tiene miedo incluso al ratón más pequeño”. Los municipios son, tal y como expresó Albert Camus en “El hombre Rebelde”, “la negación, en provecho de lo real, del centralismo burocrático y abstracto”, de ahí el afán del complejo del poder tecnoburocrático de la UE de aniquilarlos. Por ello, Mumford apremiaba “a reconstruir grupos y agencias descentralizados y semiautónomos, si es que no independientes, como práctica de seguridad imperativa, así como condición esencial para la participación humana responsable”.
Ni que decir tiene que la megámaquina, con su imparable proyecto de acaparación del poder, es incompatible con la democracia. Un sistema político que, según Takis Fotopoulos, “no significa otra cosa que el ejercicio directo del poder por parte del ciudadanía, o lo que es lo mismo, la autodeterminación de la sociedad mediante la distribución igualitaria del poder entre todos los miembros”. Si atendemos a este definición de la democracia, nuestros municipios dejaron hace mucho tiempo de ser democráticos. Tendríamos que remontarnos al periodo comprendido entre los siglo XI y XIV para encontrar con auténticas formas de gobierno democrático, periodo que coincide con el pleno auge del llamado Concejo Abierto. Durante el desarrollo de los concejos o concilium abiertos, los vecinos de las ciudades y pueblos de la repoblación eran considerados hombres libres e iguales que se reunían en asambleas para debatir y acordar por consenso la política en sus respectivos territorios. Poco a poco fueron perdiendo este poder a favor de los monarcas y sus secuaces. Desde entonces, -y aunque el sistema del concejo abierto aún perdura en la legislación española como forma de gobierno municipal para los ayuntamientos de menos de cien habitantes-, nuestros municipios han seguido un rápido progreso hacia la concentración de poder en manos de las oligarquías locales, a cuya cabeza se erigen nuestros célebres caciques. Ahora los caciques están integrados en la estructura de los grandes partidos nacionales que les han amparado y dado alas. Y estos siguen haciendo lo que han hecho siempre: fomentar el clientelismo, colocando en las plantillas de los ayuntamientos a sus familiares y adláteres; favorecer a los amigos y hacer la vida imposible a los díscolos del pueblo; disponer del patrimonio común para enriquecerse mediante la especulación del suelo; acaparar la economía local para su exclusivo beneficio; idiotizar y embrutecer al pueblo manteniendo tradiciones incompatibles con el respeto a los animales y la sensibilidad humana; impedir la difusión de la cultura entre la ciudadanía y despreciar la educación de los sector menos favorecidos de la sociedad. Todo esto es lo que ha llevado a la ruina económica a los ayuntamientos españoles y ha puesto en cuestión la propia continuidad del único sistema de gobierno compatible con la verdadera democracia. Quieren quitar poder a los ayuntamientos en beneficio de las diputaciones para que personajes como el Sr. Carlos Fabra le siga tocando la lotería todos los años y puede continuar con la tradición familiar de acaparar el poder en la región alicantina.
En 1977, la editorial Blume publicó una edición española de la conocida obra de Murray Bookchin titulada “los límites de la ciudad”. En la prólogo a esta edición, Bookchin manifiesta su coincidencia con la opinión de J.Pitt-Rivers para quien “la palabra española pueblo traduce la griega polis con exactitud superior a la que cualquier vocablo inglés, pues esta comunidad no constituye meramente la unidad geográfica y política sino también la unidad social que trasciende todos los contextos”. A pesar del problema del caciquismo que hemos comentado con anterioridad, -que Bookchin denuncia aludiendo a las diferencias de clase que observó de manera directa en muchos pueblos españoles-, este conocido anarquista americano no ahorra elogios sobre el fuerte sentido de solidaridad y cooperación de los pueblos españoles. Pueblos conformados, en palabras de Bookchin, por “individuos de poderosos ideales, dignidad y seguridad en sí mismos; consecuencia directa de unas comunidades coherentes e intrínsecamente orgánicas”. Frente a las megalópolis de EE.UU, -resultado directo de la última etapa del resurgimiento de la megamáquina-, Bookchin sitúa a España nuevamente “en centro de atención mundial como país en el que los ideales de descentralización, escala humana y auto-administración fueron un día realidades tangibles… Este mundo se siente fascinado no por una España prendida en la trama de las maniobras parlamentarias o hipnotizada por la leve apariencia de libertad política sino, más bien, por el pueblo español que, a través de los movimientos sociales, sindicatos y colectividades agrícolas, dio vida  a una visión libertaria que, instintivamente, informa en nuestros días toda la lucha coherente por la libertad humana y la regeneración cívica”.  ¿Encontraremos un argumento mejor para luchar por la supervivencia de nuestros pueblos? ¿Dejaremos perder la única oportunidad que nos queda para frenar el ensamblaje definitivo del complejo de poder?¿Defraudaremos a quienes vieron en los pueblos españoles la última esperanza para la regeneración del ideal democrático?.

lunes, 30 de julio de 2012

LA LUCHA ENTRE MEDIODÍA Y MEDIANOCHE

José Manuel Pérez Rivera, miembro del 15M ceutí

Resulta fascinante comprobar la clarividencia y lucidez con la que autores como Albert Camus diagnosticaron los problemas de Europa. En su conocida obra “El Hombre Rebelde” (1951), Camus comentaba que “el conflicto profundo de este siglo (refiriéndose claro está al pasado siglo XX) puede que no se establezca tanto entre las ideologías alemanas de la historia y la política cristiana, que de cierta manera son cómplices, cuanto entre los sueños alemanes y la tradición mediterránea”. Este conflicto había tomado cuerpo en varios enfrentamientos ideológicos, como el que tuvo lugar durante la Primera Internacional. Para Albert Camus este encuentro supuso la lucha del socialismo alemán “contra el pensamiento libertario de los franceses, los españoles y los italianos”, es decir, el enfrentamiento “entre la ideología alemana y el espíritu mediterráneo”.
            Ambas ideologías tuvieron la triste oportunidad de enfrentarse cara a cara en las trincheras durante las guerras mundiales que asolaron el viejo continente en el siglo XX. Aunque el conflicto armado se resolvió a favor de los aliados, el pensamiento autoritario consiguió, no obstante, “merced a la destrucción de una élite de rebeldes”, sumergir “esta tradición libertaria”. Una victoria que Albert Camus consideraba provisional. Para este gigante del pensamiento, “Europa no ha existido nunca sino en esta lucha entre mediodía y medianoche. Sólo se ha degradado abandonando dicha lucha, eclipsando el día por la noche”.
            El profundo sentimiento mediterráneo de Albert Camus le llevó a escribir unas bellas palabras sobre el compartido mare nostrum. Él sitúa la juventud del mundo en las costas mediterráneas. “Arrojados a la innoble Europa donde muere, privada de belleza y amistad, la más orgullosa de las razas, nosotros mediterráneos seguimos viviendo de la misma luz. En el corazón de la noche europea, el pensamiento solar, la civilización de doble faz, aguarda su aurora. Pero está alumbra ya los caminos de la verdadera soberanía”. Sin embargo, vemos como en estos años de profunda crisis multidimensional, la sombra de medianoche se proyecta sobre los países mediterráneos (España, Italia, Grecia, etc…). Un enorme eclipse impide la llegada de la luz al mediodía europeo. La noche se hace eterna en los países del sur. Y sin embargo, la lucha continúa. Tuvo que ser precisamente en la “Puerta del Sol” de Madrid donde llegó el primer rayo solar para demostrar que la tradición libertaria sigue viva. ¿Dónde sino podía despertar este sentimiento de lucha? ¿En que lugar podía verse de nuevo la luz de la esperanza en un mundo distinto, más justo y democrático?.
            La lucha, en estos momentos económica, entre los países del norte y del sur de Europa, entre mediodía y medianoche, alcanza altas cotas de virulencia. Los alemanes siguen sin entender el secreto que, según Albert Camus, guarda el Mediterráneo: el amor a la vida. Vivimos en el lugar, “donde la inteligencia es hermana de la dura luz” (Camus dixit). Por su parte, Alemania y el resto de países norteños aportan unos valores no menos importantes: la constancia, el tesón, el autoexamen constante, etc…Tal y como comentaba con acierto Albert Camus, “no se trata de despreciar nada, ni de exaltar una civilización contra otra, sino de decir simplemente que existe un pensamiento del que el mundo actual no podrá prescindir ya por mucho tiempo”.  Este pensamiento imprescindible es el que encarna los países ribereños de Europa, ahora amenazado por males ajenos y propios. Sí, señores. No todo es culpa de nuestros vecinos del norte. España, por poner un ejemplo, ha estado dominada durante década por la hibrys, -la desmesura-, en forma de despilfarro, corrupción, la pérdida del sentido del límite en todos los órdenes de la vida. Ahora nos toca el castigo  a tanta desmesura. Ha llegado el momento de recuperar el equilibrio por la instauración del reino de Némesis, la diosa de la mesura, con el fin de devolver al individuo dentro de unos límites razonables. No obstante, conviene matizar que la locura colectiva que hemos sufrido en estos últimos años no ha afectado ni ha beneficiado a todos por igual. A este respecto, Albert Camus decía en su referida obra “El Hombre Rebelde” que en las situaciones de desmesura, “el hombre no es enteramente culpable, no comenzó la historia; ni totalmente inocente, puesto que la continua”.
            Europeos del norte y europeos del sur nos necesitamos mutuamente. Somos el contrapeso que ambos requerimos para frenar nuestra tendencia a la desmesura, bien en el sentido de la excesiva rigidez, o bien de la irreflexiva volatilidad. Esta confrontación entre la mesura y la desmesura es la que, en palabras de Albert Camus, anima la historia de Occidente, desde el mundo antiguo. Los alemanes tienen mucho que aprender de españoles, griegos e italianos en cuanto al sentido de la naturaleza, el amor a la vida, el ansia de libertad, el apoyo mutuo, la descentralización burocrática, el sentido de la amistad, el disfrute de los placeres cotidianos, etc…; en sentido inverso, los países del sur tenemos que tomar de los centroeuropeos su constancia, prudencia en el gasto, laboriosidad, estricta moralidad pública y privada, seriedad en cuanto a los compromisos adquiridos, respeto a las normas y leyes, autocrítica, etc…De la combinación de ambos caracteres puede surgir un nuevo tipo de europeo, capaz de superar el viejo antagonismo entre dos visiones del mundo distintas, pero al mismo tiempo complementarias e indispensables para el futuro de nuestro continente. Si no lo intentamos estamos condenados a vivir en la más profunda y cerrada tiniebla.

martes, 17 de julio de 2012

TU SILENCIO TE HACE CÓMPLICE

José Manuel Pérez Rivera, miembro del 15M ceutí

En el transcurso del XIII Congreso Regional del PP de Andalucía, la Ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Bañez, dedicó buena parte de su intervención para aleccionar a sus correligionarios sobre la postura a adoptar ante los drásticos recortes aprobados por el gobierno popular. Consciente del malestar ciudadano por las medidas adoptadas en el último Consejo de Ministro comentó que “habrá algunos que se resistan al cambio, pero la mayoría silenciosa de buenos españoles afrontarán los esfuerzos con aplomo y serenidad”. Frase, sin duda, memorable, pero no novedosa. El recurso retórico a la llamada “mayoría silenciosa” procede de un conocido discurso pronunciado por Nixon, en el año 1969,  para salir al paso de las crecientes protestas de un amplio sector de la población estadounidense contra la Guerra de Vietnam.
Unos meses antes del discurso de Nixon, había tenido lugar  en Francia la revuelta estudiantil que conocemos como “Mayo del 68”. Tal y como cuenta el gran historiador Josep Fontana, en su último libro “Por el bien del imperio” (editorial Pasado y Presente, 2011), el conflicto social llegó a tal extremo que De Gaulle, agobiado y desbordado por la situación creada, desapareció. La mayoría de los franceses pensaron que se había retirado a una de sus residencias privadas, aunque realmente lo que hizo fue entrevistarse con altos mandos del ejército francés para recabar su apoyo, por si fuera necesario reprimir el levantamiento ciudadano. Contando con el respaldo de los militares De Gaulle anunció la disolución de la Asamblea Nacional. La respuesta fue la organización de una manifestación en su apoyo que, según nos cuenta Josep Fontana, fue respaldada por un millón de personas. En esta manifestación se exhibieron  “pancartas contra la revolución en que decían: “El pelirrojo- Cohn-Bendit- a Pekín”, “la mayoría somos nosotros”, “los silenciosos estamos hartos” (Fontana,  2011: 384).
  ¿Pudo Nixon inspirarse en las proclamas de esta manifestación en Francia para acuñar el término de “mayoría silenciosa”?. Lo desconocemos. Pero sí sabemos que desde entonces la derecha ha echado mano del mayoritario sector de la población que se mantiene al margen de la política, -desde la indiferencia a los problemas sociopolíticos y económicos que acontecen en su país-, para respaldar y legitimar sus decisiones. El silencio es, pues,  interpretado por los políticos como una conformidad implícita a la acción de su gobierno. Un conformismo de los “buenos españoles”, en palabras de la Ministra Bañez, que se contraponen a los “camorristas", “golpistas”, “perroflautas” y "demagogos" del 15M, según los calificó la Sra. Esperanza Aguirre. Esta última llegó incluso a amenazar con movilizar, como hizo De Gaulle, a las bases de su partido para hacer frente en las calles a los integrantes del movimiento 15M.
El pulso entre mayoría silenciosa y minoría discrepante es tan antiguo como la democracia. En los EE.UU, cuna de la democracia moderna, surgieron pronto voces críticas con el poder de las mayorías. Henry David Thoreau, en su conocida obra “Desobediencia Civil” (1849), comentaba que “un gobierno en el que la mayoría decida en todos los temas no puede funcionar con justicia, al menos tal como entienden los hombres la justicia”. Para Thoreau la obligación de todo hombre es “la de hacer en cada momento lo que crea justo”. Justicia, verdad y razón, por tanto, son los principios por los que apostaba Thoreau, de ahí que llegará a escribir una frase ciertamente genial que contiene la esencia de su pensamiento: “Un hombre con más razón que sus ciudadanos ya constituye una mayoría de uno”. Esta idea refuerza la importancia de una minoría que tenga la verdad de su lado. Así, según Thoreau, “una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable”.
En una sociedad, como la nuestra, dominada por la uniformidad mecánica y lo cuantitativo por encima de lo cualitativo no es de extrañar que cuenten más los números que las personas. Ya lo dijo Antonio Machado, a través de su célebre Juan de Mairena, “por muchas vueltas que le doy no hallo manera de sumar individuos”. Lo importante ya no es tener razón, sino la cantidad de personas que coincidan en torno  a una idea, aunque ésta sea absurda, inconsistente o disparatada. Las masas atomizadas y acríticas, tal y como presagió Ortega y Gasset, se han convertido en la coartada que utiliza la clase política para imponer su voluntad y defender los intereses de su casta y de los que detentan el poder económico en este país.
La falta de canales de participación política en España, junto con el simulacro democrático que impera en España, donde los ciudadanos no tienen la posibilidad de ejercer directamente el poder ni  existe una distribución igualitaria de este poder entre todos sus miembros, lleva a que los políticos se erijan en los únicos capacitados para hablar en nombre del pueblo. Una supuesta legitimidad otorgada por las urnas cada cuatro años que carece de fundamento, ya que muchas de las decisiones adoptadas por el gobierno fueron intencionadamente ocultadas a los ciudadanos en la campaña electoral. Este planteamiento refuerza la demanda de los partidos políticos que como IU reclaman un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie a favor o en contra de las medidas draconianas aprobadas por el gobierno del PP. Si tan seguro están de contar con el beneplácito de los “buenos españoles” que conforman “la mayoría silenciosa”, ¿Por qué no les dan la oportunidad de hablar?. Igual se llevan una sorpresa.  
Ha llegado el momento de romper las ataduras mentales e ideológicas que impiden a los ciudadanos expresarse con libertad e independencia. Es tiempo de dejar atrás la pasividad, el individualismo narcisista, la abulia, el servilismo, la pereza mental, la subordinación a la máquina, el conformismo y emprender el camino del empoderamiento colectivo. Hagamos caso del poema anónimo “no dejes de soñar” que nos incita a que no caigamos “en el peor de los errores: el silencio. La mayoría vive en su silencio espantoso. No te resignes. Huye”. Mantenernos en silencio nos hace cómplices y le damos la oportunidad a los poderosos para que utilicen nuestro silencio a su favor. Callar en estos momentos, como nos recuerda Federico Mayor Zaragoza,  se ha convertido en un delito: “silencio de los silenciados, de los amordazados. Silencio de la ignorancia. Terrible silencio. Pero más terrible, hasta ser delito, el silencio culpable de los silenciosos. De quienes pudiendo hablar, callan. De quienes sabiendo y debiendo hablar, no lo hacen” (Mayor Zaragoza, F: Delito de silencio, Ed. Comanegra, 2011). 
Permítanme terminar con el desgarrador mensaje que nos ha legado Antonio Gramsci contra los indiferentes y los silenciosos: “…Odio a los indiferentes también porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho” (Gramsci, A: Odio a los indiferentes, Editorial Ariel, 2011).