lunes, 27 de junio de 2011

NOSOTROS SOMOS NOSOTROS Y NUESTRA CIRCUNSTANCIA

Primero se pintan cosas; luego, sensaciones; por último, ideas. Esto quiere decir que la atención del artista ha comenzado fijándose en la realidad externa; luego, en lo subjetivo; por último, en lo intrasubjetivo.
No sospechaba Ortega que tras estas reveladoras palabras sobre la evolución del punto de vista en el arte (reflejado más extensamente en su libro “La deshumanización del arte”) se escondía todo un sistema. Sorprendentemente, pensaba él que la mirada del hombre estaba condicionada por la pauta que iban marcando filósofos e intelectuales varios de toda época que, tras exponer sus indescifrables teorías, estas pasaban a ser interiorizadas por el vulgo iletrado que se encargaba milagrosamente de plasmarlo en arte. Podemos imaginar las dificultades que la mayoría de la población (si abarcamos la Edad Media hasta la aparición de la imprenta) tenía para acceder a semejante información, solo a disposición de determinadas élites intelectuales. En base a esto, resulta difícil creer que el progresivo individualismo alcanzado por el hombre a lo largo de la historia pueda explicarse de aquella forma. Fue Carlos Bousoño quien asió la primera idea, clara y deslumbradora, y rechazo la segunda, totalmente incoherente, para crear su propio pensamiento al respecto. Debía haber otra razón para ello. ¿Cuál era la causa de que al hombre en un determinado momento histórico le diese por representar esto y no aquello? ¿Por qué en tiempos de Giotto se pintaban objetos que se dispersaban independientes por el cuadro sin relación alguna entre sí? ¿Por qué más tarde Rafael introduce la idea geométrica de unidad en sus pinturas? ¿Qué llevó a Velázquez a introducir la perspectiva en sus lienzos convirtiendo al artista por primera vez en la historia en espectador? Decía Ortega que el artista parte del mundo entorno y acaba por recogerse dentro de sí mismo. He ahí el impresionismo que salva la última frontera y penetra en el propio sujeto. El hombre representará su mundo interior con la mirada vuelta hacía sí mismo, confiando únicamente en su propia impresión. Se produce entre el último tercio del siglo XIX, aproximadamente, y a lo largo del XX una revolución en cuanto a la capacidad del hombre para percibir el mundo, cuyo punto de inflexión se encuentra en ese paso dado desde el mundo de los objetos a su ser interno. He ahí impresionismo, expresionismo, cubismo en pintura; simbolismo, poesía pura, superrealismo en poesía…
Hablaba antes de Carlos Bousoño, teórico y crítico de literatura, que en su libro sobre “Épocas literarias y evolución” expone de manera clara su teoría acerca de cuáles han sido los diferentes puntos de vista del hombre en cada momento histórico desde la Edad Media hasta nuestros días y su cristalización en las diferentes artes. Él lo llama cosmovisión (mundo abarcado desde un punto de vista, para entendernos) y la clave de su desarrollo, el FOCO cosmovisionario, que engendra tal cosmovisión (o lo que él llama, grado de individualismo alcanzado). Y es que el hombre es más consciente de sí mismo y de su situación a medida que su individualismo se incrementa.  Me preguntaba yo si, después de observar los acontecimientos que hoy vivimos, los seres humanos estamos alcanzando un nuevo peldaño en nuestro nivel de consciencia. Parece ser que esta ascensión, al menos hasta el momento, no ha dejado de crecer ni en los momentos más represivos y críticos de la historia, muy al contrario, las adversidades han sido una de las causantes de su aceleración.
Un ejemplo de estos diferentes puntos de vista adoptados por el hombre en una franja temporal adecuada para su análisis es el siguiente. Cuando Bousoño analiza la poesía española desde la generación de post-guerra hasta principios de los ochenta, vuelve a recurrir a Ortega y Gasset y, más concretamente, al ínclito “Yo soy yo y mi circunstancia” que resulta, para lo que intentamos exponer, esclarecedor. Tras la Guerra Civil, una vez agotada la profundización intrasubjetiva -que en poesía, como simple dato referencial, podríamos fijarlo en los trabajos de la Generación del 27- el hombre siente la necesidad de emerger de nuevo a la superficie.  El poeta, atendiendo al anterior aserto, presta más atención al sintagma “circunstancia” que al “yo”, elaborando una poesía social comprometida con los acontecimientos. Más tarde, desde la generación del 68 en adelante, centrará el objetivo en el “yo”, apartándose de la realidad al sentirse incapaz de atraparla a través del lenguaje, siendo su arte una búsqueda de nuevas formas estéticas y por tanto, un arte elitista, con el consiguiente alejamiento de la mentada realidad. Es a partir de los ochenta cuando ambos sintagmas actúan cogidos de la mano. El hombre, hiper-consciente de su lugar en el mundo y por ello, sintiéndolo más doloroso que nunca por el elevado grado de lucidez con que lo percibe, comienza a abrazar una poesía más urbana, más cercana al suelo, sin oropeles ni florituras, directa a la consciencia del lector, sujeto al que se pretende despertar. Llegamos al fin a nuestro tiempo que comprende, podríamos decir, desde 1995 hasta nuestros días. Percibo, en mi modesta opinión, que estamos presenciando un nuevo salto cualitativo de la capacidad comprensiva del ser humano. Esta aúna todos los puntos de vista vividos desde la llamada poesía social hasta nuestros días. El “yo soy yo y mi circunstancia” tiene toda la pinta de haber mutado en un novedoso “nosotros somos nosotros y nuestra circunstancia. Y es que es la realidad histórica, en la que discurre el desarrollo tecnológico, una de las causas que explican el incremento del grado de individualismo, que no es otra cosa, al fin y al cabo, que el grado de conciencia que yo tengo de mí mismo en cuanto hombre. Es este despertar colectivo, a mi juicio, perfecto ejemplo de ello. Es sorprendente que analistas y tertulianos de todo tipo se esfuercen en quitar importancia a la revolución que suponen las nuevas tecnologías de la comunicación y a su incidencia real en el cambio de percepción del mundo. Sería como afirmar que los efectos de la Revolución Industrial no tuvieron nada que ver en la toma de conciencia por parte del movimiento obrero de su horrible situación. Un más que evidente sinsentido, se entiende.
Es por ello por lo que creo tener motivos para pensar que -si Bousoño no se equivoca estamos condenados, aunque a algunos les pese, a ser cada día más libres de lo que somos.

Rubén Casado

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